domingo, 22 de marzo de 2009

CERO

18 de octubre. 4:07 am. Interrumpimos la emisión para ofrecerles una noticia de última hora.
El departamento de Ciencias Exactas de la Universidad de Delf se encuentra envuelto en llamas.
18 de octubre. 2:03 am.
El Dr. Van Maeel se despertó.
El sonido de la impresora había cesado.
Un montón de folios, aún calientes, se apilaba en la bandeja de salida.
Miró su reloj. Aún tenía casi siete horas.
Si lograba que aceptaran su artículo para el número de enero…
Van Maeel fue al cuarto de aseo contiguo al despacho. Se lavó la cara y se miró al espejo.
Estaba retrasando el momento de ver el resultado de más de cinco años de trabajo.

El fuego se inició pasadas las tres de la madrugada. Al parecer tuvo su origen en el centro de cálculo, donde se encuentran los ordenadores centrales de la Universidad.
Nadie sabía exactamente en qué trabajaba.
Nadie había entendido por qué se había doctorado en física cuántica después de tantos años como investigador.
Había sido un matemático joven y brillante. Se especializó en cálculo automático. Ayudó a desarrollar los ordenadores de redes neuronales y los cálculos de probabilidad multidimensionales.
Llevaba tiempo pensando que necesitaba un proyecto revolucionario.
Se le había ocurrido diez años antes: hallaría la función de probabilidad que relaciona los fenómenos físicos.
¡Cuántas veces había leído cosas del tipo: si la constante de Planck fuera sólo un 5% inferior…si la velocidad de la luz variara…si la constante de gravitación universal…!
No habría caso para esas conjeturas: las constantes físicas tenían el valor que tenían porque no podían tener otro. Y él iba a demostrarlo.
La función de probabilidad resultó complejísima, porque tenía que tener en cuenta muchas variables.
Pero una vez que la tuvo definida, ya no le costó tanto trabajo demostrar que su función cumplía los requisitos de una función de probabilidad.
Y hoy había sustituido las variables por las constantes universales.
El resultado debía ser un número entre 0 y 1. Él esperaba que fuera muy próximo a 1. Eso significaría que el mundo no puede ser de otra manera.
Se acercó a la pila de folios en la impresora y no se entretuvo en detenerse en los cálculos intermedios (imprescindibles para su artículo, por otra parte) y fue directo a la línea final del último folio.

A pesar de que habían superado hace apenas tres meses la inspección reglamentaria, según fuentes del rectorado, los sistemas antiincendios no funcionaron.
18 de octubre. 2:35 am.
Sobre el papel destacaba la forma oval de un cero.
El estómago le dio un espasmo que hizo subir el café de vuelta a su boca.
Luego se empezó a reír.
¡Qué tonto!, se dijo, seguro que la solución es inferior a 0’5 y se me olvidó poner el número de decimales que debía tener la respuesta.
Mirando de nuevo el reloj se preguntó si podría corregirlo y volver a imprimir la última página.
Se frotó los ojos y se sentó frente a la pantalla del ordenador.
Nº de decimales:20. Despreciar ceros a la derecha: sí.
Cambió el parámetro: Despreciar ceros a la derecha: no.
Imprimió la última página de nuevo.
En la última línea ya no había un cero.
Había veintiuno: 0.00000000000000000000.
Se apretó las sienes con las manos. Tenía que pensar. Pensar. Pensar.
Ya está. Eso era. Volvió a reírse, aunque con menos ganas.
Se había confundido y en vez de pedir la probabilidad de que ocurriera el suceso, había pedido la probabilidad de que NO ocurriera.
Volvió a la pantalla.
Volvió a buscar en el programa y volvió a golpearse las sienes.
Todo estaba bien.
Miró el reloj y recordó que lo había mirado hacía un minuto y hacía tres minutos y hacía siete minutos.
Le quedaban poco más de seis horas.
Repasó mentalmente todos sus pasos antes de dar a la tecla de inicio del cálculo en el ordenador.

Cuando llegaron los bomberos, el fuego ya había consumido gran parte del edificio.
18 de octubre. 2:47 am.
Tenía que haber un error.
Tenía que haberlo.
No podía ser posible que lo hubiera hecho todo bien.
Había repasado los cálculos tantas veces…
Claro que no había consultado con colegas. Podía habérsele escapado algo. Algo. Algo tonto, trivial, estúpido, irrelevante. Algo que, sin embargo fuera decisivo.
Porque si no había error lo que eso quería decir era que el mundo no podía haber surgido por azar. Que las constantes universales habían sido…sí, habían sido cuidadosamente fijadas.
Y no se veía capaz de defender ante la comunidad científica su descubrimiento.

Se ha descubierto un cadáver calcinado entre los escombros que aún no ha sido identificado.
18 de octubre. 2:52 am.
Van Maeel se sentó ante el ordenador y tecleó furiosamente.
La impresora empezó a llenar páginas y páginas.
Van Maeel las miraba una a una. En ninguna de ellas aparecía nada distinto a un cero.
Van Maeel miraba las páginas salir una detrás de otra, cada una idéntica a la anterior.
No percibió el olor a humo.

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