martes, 12 de febrero de 2008

Fragmentos de gallego

Llovía con fuerza sobre el Río de la Plata ese anochecer de mayo y yo apretaba contra mi cuerpo ni maleta de cartón notando cómo empezaba a deshacerse entre mis dedos y rezando para que no se desparramara su contenido

-Ramón, creo que tú podrías ir a América-dijo mi padre una noche mientras cenábamos en la cocina pan de centeno migado en vino. El vino era muy áspero. Había que rebajarlo con agua para los más pequeños. Y la sorpresa hizo que se me cayera una gota de la cuchara, formando una estrella de color sangre en el tablero sin barnizar de la mesa.

-No siempre fui zurdo ¿sabés? –y subiéndose la manga me mostró un muñón.

En su taberna había un vino de ínfima calidad, pero muy barato, y vendía también tabaco y licores de contrabando y toda clase de artículos que le entregaban los marineros a cambio de alcohol, desde latas de caviar a gorras llenas de estrellas doradas.

-Hola, Gisela –la saludaron varios.
-Hola, muchachos ¿cómo les va? Otra vez domingo, ¿no?
-Y…eso suele suceder después del sábado.

- Aquí todas las mujeres son minas. Están con vos mientras tengas tovén

El papel tenía unas palabras escritas que me costó un poco descifrar. Era italiano y, aunque yo no conocía ese idioma, pude entender lo que decía: “Mi padre está de viaje. La verja del huerto estará abierta esta noche”.